169. La sospecha en la piel.
No es la primera vez que siento su mirada clavarse en mí como un cuchillo disfrazado de caricia, pero esta noche hay algo distinto en la forma en que sus ojos recorren mi cuerpo, algo más lento, más meticuloso, como si cada curva, cada sombra, cada pliegue de mi piel llevara escrito un secreto que él está decidido a arrancarme. Estoy sentada al borde de la cama, con el vestido de seda abierto en el escote, fingiendo indiferencia, mientras él se aproxima en silencio, con ese andar felino que nunca anuncia si viene para besarme o para destruirme.
—Te ocultas de mí —susurra, y su voz es un roce áspero que me eriza la nuca.
No lo niego, no lo afirmo; dejo que el silencio se haga más denso entre nosotros, porque sé que en la duda reside mi poder, y porque si le diera una respuesta inmediata, él encontraría la manera de desarmarme con palabras. Prefiero que sean mis labios cerrados, la curva insinuante de mi sonrisa, lo que lo lleve a perderse en su propia obsesión.
Se arrodilla frente a mí