154. El ritual de sangre.
El palacio se siente distinto esta noche, no es ya el lugar herido por las traiciones ni el escenario de los banquetes envenenados, sino un templo improvisado donde el aire mismo parece cargado de incienso y presagio, un velo invisible que se pega a la piel y hace que cada respiro sepa a ceniza y deseo. Camino descalza por los corredores que llevan al corazón de la ruina, y mis pasos resuenan como ecos de un juramento que aún no he pronunciado, aunque sé que está esperándome, porque él ha dispuesto cada detalle como si el mundo entero fuese su altar y yo, su ofrenda más preciada.
El conspirador me observa desde el centro de la sala, rodeado de símbolos pintados con una mezcla de vino y sangre sobre el mármol resquebrajado, y su mirada arde con la calma cruel de quien sabe que no hay retorno. A su lado, sacerdotes caídos y cortesanos que ahora visten túnicas rojas murmuran oraciones prohibidas, y cada palabra parece una mordida contra mi voluntad. El fuego de las antorchas proyecta som