140. El banquete de las máscaras.
La noche cae sobre el palacio como un manto de terciopelo húmedo, y mientras los sirvientes iluminan con antorchas los corredores y encienden las lámparas de aceite, yo me visto lentamente frente al espejo, dejando que mis dedos se deslicen por el tejido ligero de la máscara que cubrirá la mitad de mi rostro, una pieza delicada de filigrana dorada que no oculta mis labios pero sí mis ojos, y en ese juego de medias verdades y medias sombras encuentro el verdadero espíritu de esta velada, donde todos aparentan, donde todos callan, donde los cuerpos hablan más que las bocas.
El salón principal se abre ante mí como un océano de colores y perfumes, telas que se arrastran por el suelo, risas que suenan huecas bajo las máscaras, copas de vino que tintinean y ocultan venenos posibles, y en medio de esa multitud me deslizo como un río sigiloso, sintiendo cómo las miradas me siguen incluso sin poder reconocerme del todo, porque mi andar es mi firma, y mis labios húmedos mi sello.
Alguien roza m