132. Bajo la lengua del enemigo.
El aire en la sala vibra con un peso invisible cuando él aparece, ese campeón que nunca dejó de ser mi sombra, incluso cuando creí haberlo desterrado de mis noches y mis pensamientos. No pide permiso, no se anuncia con voz ceremonial ni con gesto humilde, sino que irrumpe con una seguridad que corta la respiración, y cuando sus ojos se clavan en los míos, frente a todos, declara que soy suya, como si las palabras fueran cadenas de hierro que me atan sin que nadie más lo note, aunque todos las escuchan. El murmullo colectivo me golpea en los oídos, y la humillación se mezcla con una peligrosa corriente de deseo que me recorre la piel como una caricia no invitada, una que me gustaría rechazar, pero que en el fondo reconozco con un estremecimiento.
—¿Tuya? —mi voz se alza, clara, aunque siento que mis labios tiemblan. Lo miro sin parpadear, con una mezcla de desafío y miedo, de rabia y de esa atracción que tanto me aterra, porque cada vez que él me reclama algo dentro de mí cede—. No soy