131. El festín de sombras.
El aire está cargado de un incienso espeso que huele a madera quemada y a flores marchitas, un aroma que se adhiere a la piel como un presagio, y mientras avanzo hacia la sala central donde los líderes ya esperan, mi cuerpo tiembla con esa mezcla de miedo y anticipación que me atraviesa cada vez que el eco se acerca demasiado, como si supiera que va a desnudarme más allá de lo que mis ropas cubren, como si supiera que mis secretos laten bajo la piel con más intensidad que mi propia sangre.
Los ancianos me rodean con sus túnicas pesadas, cada mirada es un filo que corta sin tocar, y yo, envuelta apenas en un velo traslúcido, siento que cada paso hacia el centro del círculo es un paso hacia una entrega que no sé si deseo o temo. Meira está a un lado, sus ojos son brasas que no apartan la vista de mí, y aunque todavía arde en su boca el sabor del odio que me lanzó hace unas noches, sé que no podrá resistirse a lo que el ritual exige, y ese pensamiento me perfora con un estremecimiento qu