119. El perfume de la traición.
El aire en el campamento está denso, casi espeso, como si el humo de las antorchas se hubiera mezclado con un secreto insoportable que se niega a dispersarse, y yo lo respiro sabiendo que lo que pesa no es el fuego ni la noche, sino esa certeza que ya nadie puede negar: hay una segunda espía entre nosotros.
El nombre cae como una daga al centro de todos, y aunque ninguno de mis guerreros lo dice en voz alta, sus miradas me lo gritan con la brutalidad de un juicio anticipado. Es ella. Y no me sorprende porque desde el inicio su devoción hacia mí tuvo un filo extraño, una intensidad que siempre bordeaba el deseo y el fanatismo, como si no supiera distinguir entre quererme como líder o poseerme como amante.
Cuando la traidora da un paso adelante, el murmullo colectivo se apaga como si el viento hubiera robado todas las palabras, y la escucho con esa calma que me esfuerzo en mantener, aun cuando por dentro arde una mezcla peligrosa de rabia, tristeza y una chispa de atracción oscura qu