12. Aguas que respiran.

Pasan lunas, pasan soles, y yo sigo aquí, en este espacio que se extiende como una prisión dorada. Averis me permite caminar, pero nunca fuera de la casona, como si el mundo más allá de estas paredes fuera un filo contra el que podría herirme… aunque sé bien que no teme por mí, sino por él, porque el filo soy yo, y teme que algún día lo use.

Ese día entra al salón con el paso seguro de quien no necesita anunciarse para ser notado, dejando tras de sí un rastro de aire frío, como si la puerta abierta hubiera permitido que entrara un pedazo del invierno. No me saluda. Tampoco lo espero.

—En tres horas parto —dice sin rodeos, como si cada palabra fuera un decreto—. La manada de Kareth nos espera para la ceremonia de Alfas. No se retrasa por nadie.

No levanto la cabeza, la mantengo inclinada hacia las llamas de la chimenea, que crepitan como si intentaran rellenar el silencio denso que dejo a propósito. Él lo sabe, pero no le importa.

—Derek —continúa, girando apenas el rostro hacia su her
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