Cap. 87 Doctor Clemente tiene razón
Isabella, que había observado la transformación en Alba, se paralizó. Conocía esa mirada. No era la de, la Alba dulce o la de la estratega fría. Era la mirada de una leona cuya cría había sido lastimada. Una mirada que precedía a una matanza. Isabella sintió un escalofrío.
Esto se iba a salir de control, pero por primera vez, no estaba segura de querer contenerlo.
La enfermera, al fin, pareció notar la atmósfera cambiante. Su desdén se agrietó ligeramente al enfrentar la mirada absoluta y gélida de Alba. Pero fue demasiado tarde para el arrepentimiento.
Alba no gritó. No se abalanzó. Dio un paso hacia adelante, su voz fue un susurro que cortó el aire como una cuchilla.
—Salga —dijo, y la palabra era tan simple, tan final, que resonó con una autoridad abrumadora—. Salga de mi casa. Ahora.
Pero no era una orden para que se fuera. Era el anuncio de una expulsión que sería solo el principio. Porque nadie, nadie, lastimaba a su hija y salía ileso. Y la enfermera, al mirar a los ojos de Alb