Cap. 80 No es solo tristeza

Isabella, que estaba mirando por la ventana el café que se alejaba, volvió su mirada al reflejo de los ojos de su sobrina en el espejo. Por un instante, la máscara de la matriarca de acero se suavizó, y una chispa de algo parecido al orgullo, y tal vez a la esperanza, brilló en sus ojos.

—Para eso, niña —respondió, con un tono que no era del todo severo—, primero tienes que aprender a no dejar que los hombres tontos te distraigan.

La referencia a Luther y al espectáculo en el pasillo del hospital fue clara. Alejandra sonrojó ligeramente, pero su sonrisa no desapareció.

—Estoy aprendiendo —afirmó, y arrancó el auto, alejándose del campo de batalla donde su tía acababa de asestar un golpe maestro.

El camino a casa estaba lleno de silencio, pero era un silencio diferente. No era el de la derrota o el agotamiento, sino el de la estrategia en marcha, de las piezas moviéndose en el tablero, y de una nueva generación, aprendiendo a manejar el poder con la misma frialdad y determinación que l
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