Cap. 79 Ahora, mírame bien.
La amenaza era clara, inmensa y personal. Isabella no solo iba a exponerla; iba a aniquilarla social, profesional y personalmente. Y no se detendría ante Augusto, su propio marido, si era necesario. La lealtad de Isabella era a su familia, a su legado, y a su dignidad.
Todo lo demás, incluyendo a un esposo traidor y a una manipuladora ambiciosa, era prescindible y sería arrasado si se interponía en su camino.
Celeste, por primera vez en su vida, se enfrentaba a un poder que no podía manipular, a una furia que no podía dirigir, y a una verdad que no podía distorsionar. La reina había hablado, y su sentencia era la ruina total.
El intento de Celeste por explicarse fue un balbuceo patético.
—No... no, señora Isabella, no es como piensa. Augusto... el señor Augusto... —Se dio cuenta de su error al usar su nombre de forma tan íntima y trató de enmendarlo.
—Nunca hemos tenido nada el uno con el otro. Solo... me ayudaba. Lucius y yo tenemos un lazo especial, solo... solo quería su felicida