Cap. 81 Luther, mira.
Alba, mirando el techo, sentía el calor de sus manos a través de la tela. Por dentro, una parte de ella se burlaba de la escena: el poderoso Lucius Ottum, reducido a masajista de pies por un capricho suyo.
Era un pequeño triunfo, una inversión de poder mínima pero dulce. Una prueba de que, al menos en esta habitación, en este instante, ella tenía el control.
Pero la burla se mezclaba con una amargura profunda. Esta paz, esta sumisión momentánea, era prestada. Era una tregua en una guerra que aún no terminaba.
El masaje en sus piernas no podía borrar los golpes en su rostro años atrás, ni el dolor de las palabras que la habían destrozado. No podía reparar la confianza pulverizada o el amor que se había marchitado bajo el hielo de su desprecio.
Ella tenía una misión: proteger a Alicia y a los bebés que Julia llevaba. Y Lucius, en su torpe intento de redención, era una herramienta útil en ese plan.
Su lealtad, su fuerza, su desesperación por enmendar los errores, todo eso podía ser ca