Cap. 68 Escúchame, hijo
Los bandos en la Mansión La Tormenta se articulaban en medio de la crisis. Augusto, por su parte, cargaba con dos misiones imposibles: conocer a su nieta Alicia, lo que requería sortear el muro de desconfianza de Alba y, aún más difícil, hablar con Isabella.
Sabía que el perdón era un puente quemado, pero anhelaba al menos demostrarle su sinceridad. Ella había sido su esposa, el amor de décadas. No podía rendirse sin intentar explicar la distorsión en la que había vivido.
Mientras, en el corazón de la mansión, Lucius irrumpió como un torbellino en la suite de su madre. La bomba mediática lo había sacudido, pero su prioridad inmediata no era su imagen pública, sino la frágil vida de su hija y la mujer que llevaba a su otro hijo.
Tocó la puerta con una urgencia contenida. Isabella abrió, ya vestida con una bata de seda, su rostro marcado por el cansancio y la preocupación.
—¿Qué haces aquí tan tarde? —preguntó, mirándolo con sorpresa al ver su desaliño y la desesperación en sus ojos.
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