Cap. 67 Y si no estoy equivocado
Lucius no respondió de inmediato. Su mente, por primera vez en semanas, no era un torbellino de ira y confusión. Era un campo de batalla en calma después de la explosión, humeante, devastado, pero quieto.
La imagen de Alba, de su fría determinación, de los ojos de Alicia detrás del vidrio de la suite médica, se superpuso a la del hombre derrotado que tenía frente a él.
—Voy a hacer lo que debí hacer hace tres años —dijo, finalmente, su voz recuperando un atisbo de la firmeza que lo había convertido en el CEO más temido de la ciudad.
—Voy a arreglar mi casa.
Se puso de pie. Augusto lo miró, una mezcla de esperanza y miedo en sus ojos.
—Eso significa —continuó Lucius, clavando su mirada en su padre— que voy a sacar a esa víbora de nuestras vidas para siempre. Y eso, padre, implica que voy a necesitar la verdad. Toda la verdad. No solo la tuya. La de ella.
Augusto palideció. Sabía a lo que se refería. Significaba enfrentar a Celeste. Significaba destapar cada mentira, cada manipulación,