Me miré una última vez al espejo antes de salir. El vestido que había elegido no era nada extraordinario, un tono azul claro que me hacía ver más sencilla que elegante, pero justo eso quería: sencillez. Después de tantas semanas viviendo bajo la sombra de Matías, con sus reglas, sus exigencias y sus silencios, deseaba sentirme otra vez yo, aunque fuese por unas horas. Me solté el cabello, dejándolo caer en ondas suaves por mis hombros, me puse unos pendientes pequeños y un poco de brillo en los labios. Nada más. No iba a un evento social para impresionar a nadie, ni a un compromiso familiar. Solo iba al museo con un amigo.
Santiago.Su voz aún resonaba en mi cabeza desde la llamada de esa mañana. Alegre, ligera, sin dobles intenciones. Había insistido tanto que no tuve fuerzas para decirle que no. Y, en el fondo, parte de mí agradecía esa insistencia. Necesitaba salir de mi encierro mental, del círculo vicioso en el que Matías me mantenía.Bajé las escaleras con calma. R