No lloré. Ni una sola lágrima fue capaz de salir de mis ojos.
Me quedé sentada en la orilla de la cama, como si la tela de las sábanas pudiera sostener un cuerpo que parecía de piedra. El silencio de mi cuarto era denso, demasiado, como si el aire hubiera decidido volverse cómplice de mi estado. Y yo, que siempre me había desmoronado con facilidad, que tantas veces me había permitido quebrarme por Matías, ahora no era capaz de soltar un sollozo. Solo pensaba.El parque aún estaba fresco en mi memoria. Puedo sentir, incluso ahora, la dureza de los dedos de Matías clavándose en mis brazos, la furia en sus ojos, la incredulidad que no me dio ni un respiro para explicarme. Todo sucedió tan rápido que mi mente todavía busca huecos donde meter explicaciones que no existen. Pero lo que más pesa no son las palabras de él… sino la serenidad de Sarah.Ella estaba tranquila, como si hubiera planeado cada segundo de la escena. Su voz temblorosa, sus ojos cristalinos fingiendo miedo,