La noche anterior, después de la cena con Matías, había quedado más tranquila que en días. Por fin sentía que podía retomar mi vida, que podía respirar sin miedo y que el mundo no se venía encima cada vez que pensaba en Sarah.
Me dormí con esa sensación cálida, aunque con un hilo de precaución. No podía olvidar lo que había pasado: la traición, la manipulación, el intento de envenenamiento, la mentira del accidente. Todo estaba fresco en mi mente, pero esa noche me permití descansar. Esa mañana desperté con una energía distinta. Me sentía más ligera, como si el peso de la incertidumbre se hubiera reducido un poco. Me levanté con calma, desayuné tranquilamente, sin prisa, observando la luz que entraba por la ventana y sintiendo que, al menos por unas horas, podía disfrutar de un poco de normalidad. Mientras repasaba mentalmente los planes del día, el celular vibró sobre la mesa. Un mensaje de Matías apareció en la pantalla: "Nos vemos en el parque a la 1 p.m. Es impor