Mundo ficciónIniciar sesiónNo lo dije como él lo había hecho, con palabras suaves y llenas de ternura. Lo mío fue más torpe, más breve, pero era sincero.
Él lo entendió. Lo supe porque su rostro se iluminó.Su sonrisa no fue grande ni exagerada, fue de esas que nacen despacio, desde el alma.El coche se detuvo frente a mi casa.El motor quedó en silencio, y por un momento solo escuché el canto lejano de los grillos y mi corazón acelerado.No quería despedirme aún.Él tampoco.—Gracias por hoy —le dije, girándome hacia él.—Gracias a ti —contestó—. Hacía mucho que no me sentía tan… en paz.Nos miramos.Y fue en ese instante, entre la respiración compartida y el pulso que se desbordaba, cuando lo supe: algo dentro de mí había cambiado.Alejandro se inclinó un poco, despacio, como quien se acerca a una promesa.Podía oler su perfume —a madera, a lluvia—, y el aire pareció detenerse.Nuestros labios se encontraron sin prisa, con la suavidad de quien teme romper






