Mundo ficciónIniciar sesiónLos días siguieron con esa mezcla de calma y ansiedad.
A veces, al despertar, sentía una ternura extraña, como si el mundo me pareciera más lento, más amable. Otras, en cambio, todo me abrumaba: los ruidos, los olores, la gente. Rosa me observaba en silencio, sabiendo más de lo que decía. Una mañana, mientras me servía el desayuno, se detuvo un instante y me miró. —¿Ya decidiste qué vas a hacer, hija? —No lo sé —respondí con un hilo de voz. —No te apresures. Pero no esperes demasiado —dijo, acariciándome la mano. --- Alejandro me escribió esa tarde: “¿Te gustaría ver el mar este fin de semana?” No supe qué responderle. La idea me pareció extraña y necesaria al mismo tiempo. Necesitaba un respiro, un espacio donde no existieran preguntas ni teléfonos sin respuesta. Acepté. El viaje fue breve, apenas dos horas. El mar estaba tranquilo, y el cielo tenía ese tono gris que parece melancólico pero cálido. Caminamos desc






