Capítulo 142

Los días siguieron con esa mezcla de calma y ansiedad.

A veces, al despertar, sentía una ternura extraña, como si el mundo me pareciera más lento, más amable. Otras, en cambio, todo me abrumaba: los ruidos, los olores, la gente.

Rosa me observaba en silencio, sabiendo más de lo que decía.

Una mañana, mientras me servía el desayuno, se detuvo un instante y me miró.

—¿Ya decidiste qué vas a hacer, hija?

—No lo sé —respondí con un hilo de voz.

—No te apresures. Pero no esperes demasiado —dijo, acariciándome la mano.

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Alejandro me escribió esa tarde:

“¿Te gustaría ver el mar este fin de semana?”

No supe qué responderle.

La idea me pareció extraña y necesaria al mismo tiempo.

Necesitaba un respiro, un espacio donde no existieran preguntas ni teléfonos sin respuesta.

Acepté.

El viaje fue breve, apenas dos horas. El mar estaba tranquilo, y el cielo tenía ese tono gris que parece melancólico pero cálido. Caminamos desc
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