Mi corazón dio un vuelco.
—No —dije rápido—. Y no pienso hacerlo… al menos no ahora.
—¿Por qué no?
—Porque… —respiré hondo—, no es su responsabilidad. Y tampoco es justo. Él no tiene nada que ver con esto.
Rosa asintió despacio.
—Tal vez —dijo—. Pero si él la quiere, la va a querer igual. Con o sin este bebé.
La idea me pareció demasiado grande, demasiado lejana.
—No lo sé —murmuré—. No quiero perderlo.
—Y si es el hombre correcto, no lo perderá —respondió Rosa con una serenidad que me desarmó.
Me quedé en silencio, con la mirada fija en un punto de la mesa. Pensaba en Alejandro: en su voz suave, en su risa, en su manera de mirarme como si realmente me viera. En cómo me hizo sentir viva de nuevo. ¿Cómo le diría que estaba embarazada de otro hombre? ¿Cómo podría mirarlo a los ojos y no sentir vergüenza?
—Quizás lo mejor es que me concentre en esto primero —dije, acariciándome inconscientemente el vientre—. En… aceptar lo que está pasando.
—Eso es lo más sabio que puede hacer