Asentí, y noté que me faltaba el aire. La doctora me observó con una sonrisa tranquila.
—No te preocupes —añadió—. Todo va a estar bien. Solo necesito que empieces con vitaminas prenatales, y sobre todo, que te cuides. Nada de estrés excesivo.
Sonreí débilmente. Nada de estrés.
Si supiera…
—Gracias, doctora —dije al levantarme.
—Y, Isabella… —agregó antes de que saliera—. No te castigues por sentir miedo. El miedo también es parte del proceso.
Sus palabras me acompañaron hasta el pasillo.
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Rosa me esperaba afuera, en la cafetería del hospital, con una bandeja de jugo y pan tostado.
—¿Cómo le fue, niña? —preguntó apenas me vio.
Me senté frente a ella y respiré hondo.
—Bien… dentro de todo. Dijo que estoy de cinco semanas.
Rosa sonrió, y sus ojos brillaron con una emoción que no supe cómo recibir.
—Cinco semanas… —repitió, como si saboreara la idea—. Ya es una vida ahí dentro.
Me quedé mirándola, sin saber qué decir. Rosa me ofreció el jugo, y lo acepté.
Tenía un sabor