Me levanté, fui hasta el armario y abrí las puertas de par en par. Mis ojos recorrieron los vestidos, los zapatos alineados, los bolsos que solía combinar con cuidado. Hacía meses que no los miraba con intención, pero ahora me preguntaba cuál de ellos podría ayudarme a reencontrar, aunque fuera un poco, a la Isabella que él había amado. Quería que me viera y recordara. Quería que al verme pensara en lo que habíamos sido.Pasé la tarde entera imaginando lo que podía suceder al día siguiente. Cada vez que mi mente intentaba advertirme que seguramente sería otra herida, mi corazón respondía con la imagen de Matías tomando mi mano, mirándome con esos ojos que me hicieron sentir la mujer más afortunada del mundo.

Me acosté tarde, con los nervios recorriendo cada fibra de mi cuerpo. Cerré los ojos y, antes de dormir, repetí en silencio una plegaria: que él me buscara no solo por reproches, sino porque aún había algo vivo entre nosotros.

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Al día siguiente, ansiosa por la cita