El día siguiente desperté con el cuerpo pesado y la mente cansada. Rosa no dijo nada, solo preparó la comida como siempre, y yo apenas pude agradecerle con un murmullo. El recuerdo de Matías seguía vivo, punzante, y no podía sacarlo de mi mente. Intenté ignorarlo, concentrarme en mí misma, pero la sensación de pérdida era demasiado fuerte. Me miré al espejo y, aunque ya no me veía tan mal físicamente, sentía que mi fuerza interna había disminuido.
Decidí que necesitaba despejar mi mente, recuperar un poco de control sobre mi cuerpo y mi espíritu. Me puse algo deportivo, unos zapatos cómodos, y salí a correr. El aire fresco me ayudaba a respirar, a soltar la tensión que acumulaba, aunque cada paso recordaba la ausencia de Matías, su indiferencia, su capacidad de humillarme sin siquiera intentarlo. Corrí más rápido, tratando de dejar atrás las emociones que me mantenían atada, aunque sabía que eso no sería suficiente. Al final de mi recorrido, cuando ya pensaba en regresar,