Capítulo 7
—¿Ahora sí se murió de veras? —Ernesto soltó una risita burlona; la voz le sonó casi juguetona.

Jamás pensó que Teodora se atreviera a confabular con Sofía para engañarlo… ¿solo por aquella casa vieja?

Frunció el ceño y tecleó la dirección de Sofía en el GPS del tablero.

—Ya basta, dejen el teatro —masculló al teléfono—. Sé que está contigo. Quiere divorcio, lo acepto; pásamela.

Recordó sus rabietas recientes y decidió que firmaría en cuanto la viera: quería observar cómo sobreviviría sin él.

—¡Malnacido, eres un malnacido! —bramó Sofía al auricular.

Una nube oscura le cruzó los ojos.

—¡Teodora está muerta! ¡Muerta de verdad!

Ven ya; para cremarla se necesita la firma del familiar directo… solo tú puedes.

Sofía dictó una dirección y colgó. Ernesto sintió un latigazo en el pecho y miró la puerta, como si ella fuera a entrar de un segundo a otro.

—Teodora… —susurró; el pánico le creció por dentro.

“¿Muerta?”, se repetía. “No, imposible.”

Buscó el número de su asistente con dedos tembloro
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