Aimunan
El eco de sus palabras seguía vibrando en la habitación, más fuerte que el latido acelerado de mi corazón. “Para ti... quiero que los médicos me confirmen lo que ya sé, lo que me negaste y quiero asegurarme que mi hijo está bien.” La ira en sus ojos, esa misma que había sentido como un puñal, se había transformado en algo que no supe identificar hasta que lo vi: miedo.
Y luego, todo pasó demasiado rápido. La mano de Alexander me tomó la mía con una delicadeza inesperada, y me llevó hacia la habitación. El gel frío en mi vientre, el silencio de los médicos y el monitor que se iluminó con la imagen de un pequeño punto, un pequeño universo, que era la prueba de mi verdad. Mi respiración se cortó. Las lágrimas ya no eran de miedo o dolor, sino de puro alivio.
"Felicidades! Van a ser papás!". Esas palabras no fueron un anuncio, sino una confirmación que nos liberó a ambos. Mi mirada se encontró con la de Alexander, y en sus ojos, ya no vi el dolor que me había atormentado, si