Aimunan
—Nunca te dejaré —susurró Alex, aunque su mirada decía que ya estaba a miles de kilómetros, planeando la caída de su padre.
Me aferré a esa única promesa. Él se enderezó, me dio un beso breve y seco en la frente, y se dirigió a la puerta.
—Voy a buscar al doctor Choi para que te den algo para el dolor. Vuelvo enseguida.
Esperé hasta que la puerta se cerró. Dejé que un par de lágrimas cayeran, silenciosas, antes de esforzarme en borrar todo rastro de debilidad. Tengo que ser fuerte. Por él.
Fingí dormir. El dolor era un ancla que me mantenía ligada a la cama, pero mi mente, ahora libre de la anestesia, estaba alerta.
A los pocos minutos, escuché el eco de voces que se acercaban. No venían por el pasillo principal, sino del área de servicio adyacente a mi habitación. Las voces eran bajas, pero mi oído, siempre más sensible, las captó.
Era Alex y el doctor Choi.
—Doctor, necesito que le diga a mi equipo que nadie toque ese tema con ella —dijo Alexander, s