Aimunan
El amanecer sobre Seúl era un espectáculo de acero y vidrio, frío y despiadado, muy distinto a la luz suave de Múnich. Desde el ventanal panorámico del penthouse, podía ver el imperio de Alexander, la Corporación Lee: un rascacielos monolítico que perforaba las nubes, la prueba física de que él había elegido el poder sobre el duelo.
Me vestí con una camisa blanca sencilla y pantalones oscuros. Aunque me había negado a ocultar el cansancio, la cortesía básica corporativa era una armadura. Antes de salir, activé el teléfono que me había entregado. Sabía que cada bit de información sería monitoreado, pero necesitaba ese contacto. Busqué el canal encriptado que compartía con Trina, la única vía que Alexander aún no había forzado por completo.
Escribí y borré mensajes varias veces. No podía asustarla, pero tampoco podía mentirle del todo.
Munan a Trina: "Estoy en Corea. Con Jin-Sung. Todo está bien. Es complicado, pero estoy a salvo. Por favor, no intentes contactar a nadie