Aimunan
Las siguientes cuatro semanas se convirtieron en una extraña rutina de intimidad forzada y poder compartido.
De día, éramos la pareja ejecutiva más temida de Seúl. Yo diseñaba las estrategias y él ejecutaba los movimientos. La auditoría se movía con la precisión de un bisturí. Él dormía gracias a mi presencia, y yo triunfaba gracias a su infraestructura. El odio se había transformado en una lástima activa y en el reconocimiento de un amor simbiótico que nos unía, basado en la dependencia y la supervivencia mutua.
Mi corazón seguía congelado por la pérdida de nuestra hija, pero el deseo latía por debajo del hielo. Verlo vulnerable, sin máscara, me recordaba al hombre que conocí en Venezuela.
El día de la victoria llegó con una calma premonitoria. El socio de gobierno había sido neutralizado, su red de desvío de fondos expuesta y su influencia borrada sin dejar rastros en la Corporación Lee. Alexander había ganado. Yo le había salvado su imperio.
—Está hecho —dijo