En las profundidades de su mente, Arya rebuscó, desesperada, en los rincones más oscuros de su memoria. Un hechizo. Uno prohibido, olvidado, que había devorado en viejos tomos polvorientos, una última esperanza. Sus labios se movieron, recitando sílabas que quemaban su lengua, palabras antiguas que vibraban con una energía cruda y peligrosa. Con un estallido de luz violeta, los grilletes de obsidiana se hicieron añicos, liberándola con un doloroso, pero liberador, grito de metal.
No hubo tiempo para la vacilación. De entre sus cejas, un loto rojo, brillante y letal, floreció con una luz carmesí. Se disparó como una flecha incandescente hacia la figura del clérigo, un presagio de destrucción. "¡Ahora!" gritó Arya, y Arion, con una sincronización perfecta, la arrastró hacia la puerta. El mundo explotó detrás de ellos. La onda expansiva los lanzó por los aires, un trueno ensordecedor que hizo vibrar hasta sus huesos. Cayeron al suelo con un impacto brutal, la iglesia reducida a escombro