Catherine Vanderbilt observaba a su esposo desde el umbral de su estudio privado, estudiándolo con la familiaridad que solo cuarenta y cinco años de matrimonio podían dar. Richard estaba sentado frente a las ventanas que daban al jardín, con un vaso de whisky en la mano y expresión pensativa que ella conocía demasiado bien.
Estaba preocupado por Stefan.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí parado mirándome? —Richard preguntó sin girarse.
—Lo suficiente para saber que estás pensando en nuestro nieto. —Catherine entró, cerrando la puerta detrás de ella con suavidad—. Y en Luciana.
Richard suspiró, finalmente girándose para mirarla.
—Hice un desastre, Catherine. Le di tiempo a Stefan para que Luciana lo eligiera por amor, pero él está usando tácticas de intimidación en lugar de cortejo real.
—Lo sé. —Catherine se sentó en el sofá—. He estado pensando en cómo ayudarlos. A ambos.
—¿Y?
—Se me ocurrió algo esta mañana mientras tomaba té con Victoria. —Catherine lo miró directamente—. Voy a invitar a L