El silencio en la oficina era tan denso que Luciana podía escuchar el zumbido casi imperceptible del aire acondicionado, el tic-tac distante del reloj de pared antiguo, y su propio corazón latiendo acelerado contra sus costillas como pájaro enjaulado.
Stefan la observaba con esa intensidad que siempre la hacía sentir desnuda, como si pudiera ver directamente a través de su ropa, su piel, hasta llegar a los pensamientos que trataba desesperadamente de ocultar.
—Siéntate. —No fue una petición. Fue una orden suave pero firme.
—Prefiero estar de pie.
—Como quieras. —Stefan se encogió de hombros, pero algo en su expresión sugería que su negativa a sentarse le daba información valiosa—. Veo que vienes directamente de tu pequeña escapada romántica. Todavía llevas el mismo vestido de anoche.
Luciana sintió que el calor subía por su cuello pero mantuvo la barbilla en alto.
—¿Me hiciste venir hasta aquí para comentar mi vestuario?
—Te hice venir para hablar de negocios. Pero no puedo evitar not