Luciana entró en la mansión Vanderbilt sintiendo que cada paso la alejaba más de quien había sido.El vestido esmeralda le pesaba. Había practicado esa sonrisa durante horas—educada, distante, vacía—hasta que su propio reflejo se volvió irreconocible. Los flashes estallaban a su alrededor pero el ruido llegaba amortiguado, como si nadara bajo el agua sin poder salir a respirar."Ahí está", susurraban. "La heredera Sterling."Richard Vanderbilt la interceptó junto a la escalinata.—Luciana, querida. Estás deslumbrante. Absolutamente perfecta.Perfecta. La palabra que su abuelo nunca había usado porque él la amaba imperfecta, real, viva.—Gracias por organizar todo, Richard.—Solo lo mejor para ti, mi niña. Para ambos —miró alrededor, la sonrisa flaqueando—. ¿Has visto a Stefan?Ni siquiera había bajado a recibirla.—No desde el anuncio.—Ese muchacho. Estará nervioso. ¡Jackson, champán para la señorita Sterling!La siguiente media hora fue un borrón. Sonrió a socios que veían en ella u
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