Luciana retrocedió un paso cuando Stefan se acercó, pero la puerta de su Tesla bloqueaba cualquier escape. Podía sentir el calor radiando de él—furia contenida, testosterona, colonia cara mezclada con algo más oscuro—vibrando en cada músculo tenso de su cuerpo.
—No te atrevas a tocarme.
—¿Tocarte? —Stefan soltó una risa áspera—. No te preocupes. No voy a ensuciarme las manos con alguien que acaba de salir de la cama de otro hombre.
Las palabras fueron como bofetada física. Luciana sintió que la rabia reemplazaba al miedo, ardiente y purificadora.
—¿Y tú? ¿Dónde fuiste después de la cena benéfica? —Su voz subió—. Ah, cierto. Directo con Sofía. Te vi irte. Todo Manhattan te vio.
—Eso no es...
—¿No es qué? ¿No es lo mismo? —Luciana se quitó la mano del cuello deliberadamente, dejando la marca púrpura visible—. Tú tienes a Sofía. Yo tengo a Ethan. Parece un trato perfectamente justo.
—No es lo mismo en absoluto.
—Tienes razón. No lo es. —Luciana lo enfrentó, levantando la barbilla desafian