La tarde caía sobre la casa mientras Cassandra ordenaba su armario. Era una de esas tareas que siempre postergaba, pero que ahora, con Thomas de regreso en su vida y tantas emociones revueltas, se había convertido en una especie de terapia. Doblar, colgar, organizar. Acciones mecánicas que le permitían mantener la mente ocupada.
Fue entonces cuando sus dedos rozaron algo suave, escondido en el fondo del armario. Una bolsa de plástico transparente que protegía una tela blanca como la nieve. El corazón se le detuvo un instante.
El vestido.
Lo sacó con manos temblorosas, como quien desentierra un tesoro maldito. La bolsa crujió bajo sus dedos mientras la abría. El vestido de novia que nunca llegó a usar seguía tan inmaculado como el día que lo compró. La etiqueta aún colgaba del costado, un recordatorio cruel de que jamás había cumplido su propósito.
Cassandra lo extendió sobre la cama. Era sencillo pero elegante: corte imperio, encaje delicado en el escote, una caída suave hasta los tob