El papel temblaba entre los dedos de Cassandra. Siete palabras. Solo siete palabras bastaron para que el suelo bajo sus pies se desvaneciera como arena húmeda. La nota, doblada con precisión quirúrgica, había aparecido sobre su piano en el camerino después de la presentación benéfica.
Tu hija también es mía.
La caligrafía, inclinada y puntiaguda, parecía haber sido escrita con la misma tinta negra que sus pesadillas. Cassandra se dejó caer en el banquillo, con el vestido de gala aún puesto, sintiendo cómo el aire se volvía denso, irrespirable.
—¿Cass? —Thomas apareció en el umbral de la puerta, con Emma dormida en sus brazos—. La pequeña no aguantó hasta el final, pero aplaudió como...
Se detuvo al ver su rostro. Conocía esa expresión. Era la misma que él había visto en su propio reflejo años atrás.
—¿Qué ocurre?
Cassandra le extendió el papel sin decir palabra. Thomas depositó a Emma con delicadeza en el sofá del camerino y tomó la nota. Sus ojos se oscurecieron mientras leía, y un m