Capítulo 32.
Capítulo 32.
¡Oh, Dios mío!
Abrí los ojos y lo primero que pensé fue: ¿Qué es lo que he hecho?
Estaba desnuda. En su cama. Con su brazo aún apoyado sobre mi cintura, como si eso fuera lo más normal del mundo. Como si anoche no hubiera pasado nada fuera de lugar. Como si dormir así fuese parte del acuerdo, que lo era… pero yo no lo quería cumplir.
Me quedé inmóvil. Tenía el estómago encogido, el corazón desbocado y la garganta cerrada. No me atrevía a moverme, pero tampoco podía quedarme así. No después de lo que había pasado la noche anterior. Le había entregado mi cuerpo, y eso era algo que ya no podía borrar.
Me levanté con cuidado, sin hacer ruido. Caminé hasta el baño, cerré la puerta con el pestillo y me planté delante del espejo. Me miré fijamente. No tenía buena cara. Ojeras, piel pálida, los labios hinchados. El cuello marcado. Y mi dignidad por los suelos.
Me lavé la cara varias veces, como si con eso pudiera borrar lo de anoche. Pero no. Lo llevaba por dentro: la culpa