Epílogo.
Narrador omnisciente:
Cinco años habían pasado desde aquella tarde en la que Gabriela y Jorge decidieron refugiarse en la casa de campo. El tiempo había hecho su trabajo: las heridas cicatrizaron, los fantasmas del pasado se desvanecieron poco a poco, y la vida se encargó de regalarles nuevas alegrías.
Adrián ya no era aquel bebé que gateaba por los suelos, sino un niño despierto, curioso y risueño que corría por todos lados y preguntaba hasta lo que nadie sabía responder. Su energía parecía inagotable, y más de una vez había puesto a prueba la paciencia de Jorge y Gabriela, aunque ellos, orgullosos, siempre encontraban la forma de reírse de las travesuras de su hijo.
La relación entre ambos también había madurado. Jorge cumplió con cada promesa hecha en aquella capilla: fue paciente, amoroso y compañero. Gabriela, en respuesta, le dio un lugar pleno en su vida y en su corazón. El miedo había desaparecido y, en su lugar, floreció un amor sereno, fuerte, capaz de resistir