Capítulo 31.
Capítulo 31.
No sé en qué momento empecé a discutir con él. Supongo que fue cuando salimos del juzgado y me lanzó esa sonrisa triunfante, como si hubiera ganado el premio gordo de la lotería y yo fuera parte del premio. Como si no fuera suficiente tenerme encerrada, ahora también tenía el respaldo legal para seguir tratándome como una propiedad más de su imperio.
La rabia me carcomía por dentro y exploté en cuanto pusimos un pie en casa. Hice lo que nunca había hecho: me bebí varias copas de whisky de trago. No me importaron los gorilas que seguramente escuchaban tras la puerta, ni la seguridad instalada en cada rincón. Ya no podía tragarme todo eso.
—¿De verdad crees que esto es normal, Jorge? ¿Que está bien tenerme vigilada como si fuera una prisionera?
—No estás prisionera, Gabriela. Estás en tu casa. Nuestra casa —contestó con esa maldita calma suya, como si mi furia no le afectara en lo más mínimo.
—¡No es nuestra casa! ¡Nunca lo ha sido! —le grité, empujándolo con ambas man