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El rugido del primer disparo no fue lo más aterrador.

Fue el silencio que lo siguió.

Esa clase de silencio que grita. Que hiela la sangre. Que te hace saber, sin duda alguna, que estás en medio de una cacería… y que tú eres la presa.

Corrí tras Viktor sin mirar atrás. El jardín había sido tragado por la sombra, y las luces de emergencia parpadeaban como un mal presagio. La mansión Makarov, antes tan segura y opulenta, ahora parecía una fortaleza sitiada.

Los hombres armados se desplazaban como sombras, y los gritos se mezclaban con el zumbido de las balas. Todo era confusión, miedo, fuego.

—¡Sasha! —gritó Viktor al comunicador, su voz tensa—. ¡Cierren el ala este! ¡Repito: ciérrenla ya!

Yo me apoyé contra la pared mientras intentaba recuperar el aliento. Mi corazón no latía, golpeaba.

—¿Dónde estás herida? —preguntó Viktor, girándose hacia mí con los ojos encendidos de rabia y algo más oscuro.

—No… no estoy herida —respondí, aunque no estaba tan segura. Algo en mí dolía. Algo que no t
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