Ariadna se encontró de pronto inmersa en un mundo nuevo, sin entender del todo que era lo que debía hacer allí.
Aun recordaba las luces del alba cuando dejó atrás su ciudad de nacimiento, pero ahora solo podía ver a lo lejos, la penumbra de la noche Rumana que se cernía sobre los Cárpatos. La puerta se cerró y con ella la opción de arrepentirse.
El interior del complejo era tan austero como el exterior, pero impecablemente limpio y con una tecnología avanzada discretamente integrada. Había un olor a pino, a humedad de la tierra y, sutilmente, a algo… animal.
Una mujer mayor, con el rostro arrugado por el tiempo y unos ojos amables, emergió de un pasillo. Llevaba un delantal blanco y su cabello, canoso, estaba recogido en un moño estricto.
—Señorita Vega. Bienvenida al Complejo Luna Sombría. —Su voz era suave, casi un murmullo, pero el nombre que pronunció resonó en el aire. ¿Complejo? ¿Por qué ese nombre?
—Gracias. —asintió Ariadna, frunciendo el ceño.
La mujer, que se presentó como Elena, le ofreció una sonrisa triste. —Así se conoce a estas instalaciones, señorita. Sígame, por favor.
Ariadna siguió a Elena por pasillos que parecían laberintos, notando que, aunque había ventanas, la mayoría de los cristales parecían reforzados y las persianas o cortinas siempre estaban bajadas. Las habitaciones estaban escasamente amuebladas, pero parecían cómodas. La suya era amplia, con una cama con dosel y una vista a un jardín que, incluso en la penumbra del crepúsculo, parecía inusual, como si las plantas tuvieran una vitalidad desproporcionada o una tristeza profunda.
—Su trabajo principal será en los laboratorios de horticultura avanzada. Son… especiales —explicó Elena mientras encendía unas luces que no eran eléctricas, sino bioluminiscentes. La tecnología allí parecía de otro mundo—. Hay especímenes que necesitan su… toque… Su don. El señor Thorne se lo explicará mejor mañana.
¿Mi don? Ariadna pensó en su abuela, en cómo las plantas parecían florecer bajo sus manos, en cómo ella misma sentía una conexión inusual con la tierra y una intuición casi mágica para la botánica. ¿Sabía Elias sobre eso? ¿Era por eso que la había elegido?
Elena la dejó sola, y Ariadna se dejó caer en la cama. Tenía tantas cosas en su cabeza que pujaban por confrontarle y hacerle dudar, pero ella se esforzó por ignorar todo y se dejó ir.
Su alma estaba tan agobiada que tomar una siesta le pareció la mejor decisión.
*****
Un sonido lejano le hizo reaccionar.
Ariadna se puso de pie desconcertada y tardó en recordar donde se encontraba.
Con los pies temblorosos se acercó a la ventana. Corrió ligeramente la cortina pesada y apoyó su mano en el cristal reforzado. El jardín se extendía en la oscuridad, con siluetas de árboles y plantas exóticas que parecían retorcidas, algunas con un brillo tenue, casi febril. Había un aire de enfermedad en el ambiente, una debilidad palpable que no podía explicar, pero que sentía. El mismo sentimiento que la había asaltado al leer el contrato.
Estaba a punto de apartarse cuando sus ojos captaron un movimiento en la lejanía, más allá de la valla perimetral del complejo. Una figura oscura y veloz, demasiado grande para ser un perro. Se movía con una agilidad antinatural, desapareciendo entre los árboles del bosque circundante. El corazón le dio un vuelco.
Un aullido lejano rompió el silencio de la noche, largo y desolador, seguido por otros, más cercanos. No eran perros. Eran lobos. Y el sonido era demasiado potente para ser de animales salvajes comunes en los Cárpatos, incluso allí.
Ariadna se apartó de la ventana como si el cristal la hubiera quemado, su mente estaba tratando de procesar lo que acababa de ver y oír. ¿Lobos?
Un golpe suave en la puerta la hizo sobresaltarse. Era Elena, con una bandeja de comida humeante.
—Descanse, señorita. Mañana será un día… esclarecedor. —Elena dejó la bandeja y se fue, la puerta cerrándose con un clic suave.
Ariadna se sentó en la cama, dejando la comida sin tocar. El aullido volvió a sonar, esta vez más cerca, seguido por un gruñido profundo que parecía vibrar a través de las paredes de piedra. La piel se le erizó.
De repente, una figura apareció en el umbral de su ventana. Un hombre. Elias Thorne.
No, no solo Elias Thorne. Era un hombre con los ojos de un depredador, su silueta aún más imponente en la oscuridad. Sus ojos azules ahora parecían de un oro ardiente, y una extraña sombra se movía bajo su piel, como si sus músculos se estuvieran reconfigurando. El aroma animal que había percibido antes, ahora era abrumador.
Estaba transformándose.
Ariadna abrió la boca para gritar, pero las palabras se le atascaron en la garganta. La verdad la golpeó con la fuerza de un rayo.
Complejo Luna Sombría. Lobos. Elias Thorne.
Él no era solo un científico excéntrico. Era un lobo. Y ella estaba en su territorio.
Los ojos dorados de Elias se fijaron en los suyos, y en ellos no vio hostilidad, sino una especie de anhelo primitivo y una determinación implacable.
"Bienvenida a mi mundo, compañera," pareció decir su mirada, aunque no pronunció una palabra.
El grito no salió. Se ahogó en la garganta de Ariadna, una mezcla de terror y asombro. Los ojos dorados de Elias Thorne la perforaron desde el otro lado de la ventana, ya no humanos, sino el resplandor hipnótico de un depredador. La piel de su rostro, antes tensa y definida, parecía vibrar, sus rasgos sutilmente más afilados, más… lobunos. El aroma a bosque, a lluvia y a algo salvaje inundó la habitación, tan potente que casi la asfixia. Estaba viendo una transformación. No total, no aún, pero la innegable promesa de una.
Y luego, tan rápido como apareció, Elias desapareció. Se esfumó en la oscuridad del jardín, sin un sonido, como una sombra más de la noche.
Ariadna se tambaleó hacia atrás, golpeando la pared con un murmullo de dolor. Sus rodillas flaquearon y se deslizó al suelo. Ariadna perdió la conciencia.