Cuando Ariadna se retiró de la escalera, el silencio en el rellano se hizo más denso. Elías, de espaldas a ella, no sintió su presencia. Su atención estaba completamente en Carlos, quien tenía en sus manos una carpeta de cuero.
—No sé por qué me molesto en hacer esto —dijo Carlos, con su habitual tono displicente.
—Sabes exactamente por qué —respondió Elías, su voz grave y sin rastro de la ira que había mostrado con Kian—. Es mi forma de demostrar que no soy como crees que soy. Ella lo merece.
Carlos se rio sin humor.
—¿Demostrar tu amor? Eso no va contigo, Elías. Tu especie no entiende de esas cosas. Solo entienden de posesión.
Elías ignoró la burla.
—Toma los documentos. Están todos los papeles firmados. Los derechos de Vega Botánica regresan a Ariadna. Toda la propiedad, toda la empresa, es suya de nuevo. Sin trampas, sin condiciones.
Carlos abrió la carpeta y hojeó los papeles, su expresión se tornó seria por primera vez.
—¿Por qué? —preguntó, alzando la vista—. Podrías haberla ob