La voz de la Angustia

‎            El día se arrastró, un borrón de cifras, gráficos y la incesante presencia de Elena explicando la intrincada maquinaria de los laboratorios de horticultura avanzada.

Ariadna se sumergió en el trabajo con una ferocidad casi desesperada. Era más fácil lidiar con la bioquímica de una planta moribunda que con la revelación de los hombres lobo, el destino de su madre o el magnetismo inquietante de Elias Thorne. Su "don" era real; bajo sus manos, las plantas enfermas respondían con un leve, casi imperceptible, brote de vida, un sutil rubor verde que antes no existía.

‎            Elías no volvió a aparecer en el laboratorio, al menos no mientras ella estuvo allí. La ausencia, sin embargo, era casi tan potente como su presencia. Cada vez que escuchaba un sonido en el pasillo, su corazón saltaba, esperando su voz profunda, su mirada penetrante.

‎            La cena fue un asunto más solitario. Elena le llevó la bandeja a su habitación, y Ariadna cenó en silencio, observando la oscuridad a través de la ventana reforzada. Los aullidos de la noche anterior no se repitieron, pero el silencio era aún más opresivo, cargado con la expectativa de lo desconocido.

‎            Justo cuando estaba por terminar, su teléfono vibró en la mesita de noche. Era un número conocido, pero la ansiedad la invadió. Respondió.

‎            —¿Ariadna? —La voz de su tía, la hermana de su madre, sonó distante y cargada de una preocupación que le heló la sangre—. Es tu madre. Tuvo otra crisis esta tarde. Los médicos dicen que… que la medicación no está haciendo efecto como esperaban. Necesitan decidir un nuevo protocolo, y es… es muy costoso, Ariadna. Mucho más de lo que imaginamos.

‎            El aire abandonó los pulmones de Ariadna. El plato de comida cayó de sus manos, haciéndose pedazos contra la alfombra. El sonido fue ahogado por el latido desbocado de su propio corazón. Costoso. Mucho más. Significaba que el dinero de Elias, la razón por la que estaba allí, podría no ser suficiente.

‎            —Estoy aquí, tía. Estoy haciendo todo lo posible —susurró mientras las lágrimas asomaban en sus ojos.

‎            —Lo sé, cariño. Solo quería que lo supieras. Te mantendré informada.

‎            La llamada terminó, dejando a Ariadna sola con el eco de las palabras y la imagen de su madre en una camilla de hospital. Un pánico frío se apoderó de ella. Había firmado un contrato con un lobo por ese dinero. ¿Y si no era suficiente? ¿Y si no lograba curar a su madre a tiempo? La sensación de ser un peón en un juego más grande se intensificó.

‎            Unos minutos después, un golpe suave en la puerta la sacó de su angustia. Era Elias. Su presencia llenó la habitación, su aura de poder envolviéndola. Sus ojos, en ese momento, eran de un azul humano, pero la intensidad con la que la miraba la dejó sin aliento. Él vio el plato roto en el suelo y el rastro húmedo de lágrimas en sus mejillas.

‎            —¿Está todo bien, señorita Vega? —Su voz era suave, casi preocupada, una novedad para ella.

‎            Ariadna dudó, pero la desesperación era más fuerte que su orgullo. —Es mi madre. Su salud ha empeorado. Necesita más. Más… de todo.

‎            Elias asintió lentamente —Lo sé. Ya he sido informado.

‎            La familiar sensación de ser observada, de tener cada aspecto de su vida bajo el microscopio de Elias, la invadió. —¿Cómo…?

‎            —Mis recursos —repitió él, esa frase convertida ya en su mantra—. El dinero no será un problema, Ariadna. Usted cumple con su parte del contrato. Yo cumpliré con la mía.

‎            El alivio la inundó, un breve respiro antes de que la puerta de su habitación se abriera de nuevo, sin previo aviso. Una figura femenina esbelta y elegante entró en la habitación. Vestía un vestido de seda de un verde esmeralda que resaltaba su cabello rubio platino y unos ojos del mismo color penetrante. Su belleza era innegable, pero había algo gélido en su sonrisa, algo calculado.

‎            —Elias, cariño, te estaba buscando —dijo la recién llegada. Su era voz melosa y con un acento eslavo apenas perceptible—. Ah, esta debe ser nuestra nueva… botánica. Soy Lyra Volkov. Un placer, supongo.

‎            Lyra se movió con una gracia felina, su mirada de esmeralda evaluó a Ariadna de pies a cabeza, deteniéndose un instante en el plato roto en el suelo y en el rostro de Ariadna. Una chispa de desdén cruzó sus ojos.

‎            —¿Problemas tan pronto, Elias? Pensé que esta vez tendrías más… suerte con el personal.

‎            Ariadna sintió un retortijón en el estómago. La burla en la voz de Lyra era evidente. Elias, sin embargo, se mantuvo imperturbable, su expresión severa, era casi distante.

‎            —Lyra, compórtate. La señorita Vega es vital para el éxito de nuestra investigación. —El tono de Elias era cortante, pero no había ninguna indicación de calidez hacia Lyra, lo que Ariadna notó de inmediato.

‎            —Claro, claro, vital —replicó Lyra, su sonrisa convirtiéndose en una mueca forzada. Luego, su mirada se posó en Elias, y un brillo diferente, posesivo, apareció en sus ojos—. Hablando de investigaciones, la reunión para discutir los nuevos protocolos del Complejo está por comenzar, y tu presencia es… requerida, Alfa.

‎            La forma en que Lyra pronunció "Alfa" fue casi un ronroneo, un recordatorio de su posición y, quizás, de una intimidad pasada o deseada. Elias asintió a Lyra con sus ojos aún fijos en Ariadna.

‎            —Te veo en los laboratorios por la mañana, Ariadna. —Su voz era baja, casi una promesa. O una advertencia.

‎            Elias se dio la vuelta para seguir a Lyra. Justo antes de que la puerta se cerrara, Lyra lanzó una última mirada a Ariadna dedicándole una sonrisa fría y venenosa.

‎            —Espero que no tengas apego a las cosas bonitas, Ariadna. Los juguetes, incluso los valiosos, suelen romperse… en cambio las piezas de verdadero valor, esas, esas se cuidan y son para toda la vida.

‎            La puerta se cerró con un suave clic, pero la insinuación de Lyra se quedó flotando en el aire de la habitación como un veneno putrefacto.

Ariadna se quedó paralizada. La frase, a primera vista, hablaba de su rol en el complejo, ¿pero y si iba más allá? ¿Y si no solo se refería a las plantas, sino a algo más personal para Elias? Los celos eran evidentes en los ojos de Lyra.

‎            La idea de que su tío Carlos pudiera estar, de alguna forma, conectado con este mundo y con Lyra, pasó como un escalofrío por su mente. Era una posibilidad vaga, una pequeña pieza que no terminaba de encajar, pero la semilla de la sospecha ya estaba plantada.

‎            Ariadna se levantó, su corazón aún agitado. La necesidad de proteger a su madre era un fuego que la impulsaba. Pero la sensación de ser una pieza en un engranaje mucho más grande, uno que giraba silenciosamente en las profundidades del Complejo Luna Sombría, la llenaba de una aprehensión helada. Este lugar no era solo una manada de hombres lobo, ni un centro de investigación. Era un tablero de ajedrez donde las reglas le eran desconocidas.

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