La Sangre y la Promesa Rota

‎El sol del mediodía se filtraba por las cúpulas del laboratorio, proyectando patrones danzantes sobre el suelo pulido. Ariadna, inmersa en la compleja red de sistemas hidropónicos, casi no notó la presencia de Elias Thorne hasta que su sombra la cubrió. El aroma a pino y almizcle llenó sus fosas nasales, una advertencia de su proximidad antes de que él hablara.

‎—Su trabajo es… prometedor, señorita Vega —su voz era un murmullo grave junto a su oído, enviándole un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío del laboratorio. La cercanía la abrumó; podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo, la promesa latente de una fuerza inmensa bajo su piel.

‎Ariadna se giró, quedando cara a cara con él. Sus ojos azules, tan penetrantes como siempre, la observaban con una intensidad que la hacía sentir vulnerable. No había rastro de la bestia de la noche anterior, solo el hombre imponente y enigmático.

‎—Estoy haciendo lo que puedo —respondió, intentando mantener la voz firme. La tensión entre ellos era una cuerda tirante, un magnetismo innegable que la atraía y la repelía al mismo tiempo.

‎Elias sonrió, una curva apenas perceptible que no llegaba a sus ojos. —No dudo de su capacidad. Pero el tiempo es un lujo que no tenemos. La plaga… se extiende.

‎Mientras él hablaba, un grito repentino y desgarrador resonó desde algún lugar profundo del complejo, cortando el aire como un cuchillo. Fue un sonido gutural, lleno de dolor y desesperación. Ariadna sintió cómo se le helaba la sangre.

‎—¿Qué fue eso? —exigió, la voz teñida de pánico.

‎El rostro de Elias se contrajo, una furia silenciosa destellando en sus ojos. Se giró bruscamente y salió del laboratorio sin decir una palabra, sus pasos resonando por el pasillo. Ariadna no dudó. La curiosidad, y un extraño sentido de responsabilidad, la impulsaron a seguirlo.

‎Cruzó pasillos que nunca había visto, guiada por los sonidos amortiguados de voces tensas. Finalmente, Elias se detuvo frente a una puerta de metal pesado, donde varios hombres con uniformes oscuros bloqueaban el paso. Sus rostros estaban sombríos. Elias los apartó con un gesto y entró sin vacilar.

‎Ariadna se deslizó detrás de él. La escena dentro de la habitación la golpeó con la fuerza de un puñetazo. Era una especie de enfermería improvisada, y en una de las camas de metal yacía un hombre joven, su cuerpo convulsionando violentamente. Su piel estaba cubierta de unas manchas oscuras y venosas que parecían extenderse y palpitar. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y un hilo de espuma se formaba en sus labios. Otro hombre, presumiblemente un médico, intentaba inyectarle algo, pero el cuerpo del enfermo se resistía.

‎El aire estaba cargado de un olor metálico y dulce a la vez, el inconfundible hedor de la sangre y la enfermedad.

‎—¡Es la maldición, Alfa! —exclamó uno de los hombres uniformados, su voz ronca—. Lleva horas así. Los intentos no funcionan.

‎Ariadna miró a Elias. Su rostro estaba tenso, sus músculos marcados por la angustia. Se acercó a la cama, sus ojos fijos en el hombre que sufría.

‎—Aguanta, Kael —murmuró Elias, su voz grave y cargada de una emoción que Ariadna no había visto en él hasta ahora. Era un dolor profundo, una impotencia palpable.

‎De repente, los ojos del hombre convulsionante se abrieron de par en par, fijos en Ariadna. En medio de su agonía, una palabra salió de sus labios, apenas un susurro:

‎—La sangre… la sangre Vega…

‎El aliento de Ariadna se quedó atascado en su garganta. ¿Su sangre? ¿Qué significaba eso?

‎En ese instante, la atención de Elias se desvió del moribundo a ella. Sus ojos se clavaron en los suyos, y en ellos no había dolor, sino una fría y calculadora determinación. Se acercó a ella en un paso, su mano fuerte aferrando su muñeca. Ariadna sintió una punzada, no de dolor, sino de una extraña conexión al contacto de su piel.

‎—Necesito que… —ordenó Elias, su voz ahora desprovista de cualquier calidez. La arrastró hacia la cama del hombre enfermo—. Tu don. Tu esencia… Tu sangre. No hay tiempo.

‎Ariadna se resistió, el pánico y el miedo subiendo por su garganta. —¿Qué? ¡No sé qué hacer! ¡Él está…!

‎—Tu linaje es la única esperanza —siseó Elias, sus ojos perforándola—. Las Guardianes de la Tierra. El poder para sanar la corrupción. Es la razón por la que estás aquí.

‎Él no estaba pidiendo. Estaba exigiendo. Y la forma en que sus ojos brillaron, con esa misma intensidad dorada que había visto la noche de su llegada, le indicó que el lobo estaba muy cerca de la superficie. Las palabras del hombre moribundo, "la sangre Vega", resonaban en su cabeza. ¿Era por eso que Elias la había traído aquí? No solo por su don, sino por su sangre?

‎Elias la obligó a acercar la mano al hombre agonizante. Ariadna vio las venas oscuras pulsando bajo la piel del enfermo, sintió la fiebre que irradiaba de su cuerpo. El miedo era paralizante, pero el agarre de Elias era férreo.

‎Justo cuando su mano estaba a punto de tocar al hombre, una voz aguda y gélida resonó desde la puerta.

‎—¡Elias, detente! ¿Qué estás haciendo?

‎Lyra Volkov estaba allí, su rostro pálido y sus ojos de esmeralda fijos en la escena. Había una mezcla de shock y una furia apenas contenida en su expresión. Se lanzó hacia Elias, intentando apartarlo de Ariadna.

‎—¡No puedes usarla así! —exclamó Lyra, su voz cargada de pánico—. ¡Es demasiado pronto! ¡No sabes lo que puede pasar!

‎Elias la apartó con un empujón, su mirada ahora dividida entre Lyra y Ariadna, una batalla silenciosa en sus ojos.

‎—¡Cállate, Lyra! ¡Este es mi derecho! —gruñó Elias, su voz volviéndose ronca, casi gutural.

Ariadna, en medio del caos, sintió una vibración en su muñeca.

Su teléfono. Llamada de su tia.

La salud de su madre.

La urgencia la golpeó de nuevo. La tensión entre Elias y Lyra, la desesperación del moribundo, y la revelación de que su "sangre" era importante, todo se unió en un torbellino aterrador. Elias la había traído no solo por su don, sino como un objeto, un remedio. Lyra tenía razón, él la estaba "usando".

El golpe a su cordura fue suficiente para estremecer el suelo debajo de sus pies

LY. Leon

Muchas gracias por darle la oportunidad a esta historia que iniciamos con mucha emoción. Espero sus comentarios y opiniones para compartir con ustedes.

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