“—A menos que… aceptes la oferta”.
Las palabras de Carlos resonaron en la mente de Ariadna con un eco tormentoso y ensordecedor.
Ariadna hubiese querido poder detenerse en ese momento a llorar de frustración al haber sido tan tonta de confiar en el desgraciado de su tío Carlos para firmar ese maldito contrato que la había llevado a esa situación, pero el destello de luz que se reflejó en el filo de la navaja que Elias sacó de su bolsillo le dejó paralizada y sin tiempo para reaccionar.
La poderosa mano de Elias aún le sujetaba la muñeca como un ancla que le detenía. Correr no era una opción.
— No —Con una voz temblorosa fue lo único que alcanzó a decir Ariadna por un reflejo de supervivencia.
Elias acercó el cuchillo a la piel de la botánica. El anverso de su muñeca desnuda exhibía a simple vista un manojo de venas con una tonalidad violácea que resaltaban al contraste con su piel pálida. El movimiento de manos del Alfa fue rápido, pero se detuvo cuando el metal apenas alcanzó a rozar