La Desterrada

La Desterrada

El aire de la habitación era denso y dulce, perfumado por las hierbas medicinales y la tenue luz dorada del atardecer que se colaba por las cortinas de lino. Habían pasado tres días desde la intensa revelación de Nikolai en la Sala del Concilio, y la calma, aunque frágil, había regresado al corazón de la manada. Elías apenas se había apartado del lado de Ariadna, su presencia fuerte y constante era el único bálsamo que ella necesitaba.

Ariadna se encontraba sentada en la cama, apoyada por una pila de almohadas suaves. Aún se sentía liviana y débil, como si el alma le hubiera sido succionada y estuviera regresando poco a poco a su cuerpo. Sin embargo, su ánimo era sorprendentemente robusto. Elías había llenado la habitación con flores silvestres y libros antiguos, y ella había pasado las últimas horas leyendo sobre la herencia de la manada, buscando una conexión, un hilo de plata entre su destino humano y la magia que ahora la rodeaba. Sus ojos verdes, que habían estado o
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