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Capítulo 39: La divina comedia

La mañana siguiente debía ser perfecta. Él debía confesarle su deseo de vivir con ella para siempre y ella debía aceptar. La luz entrando suave por la ventana para envolverlos en un dulce despertar. Las avecillas no cantaban, no en esa ciudad, pero la brisa soplando suave como besando sus cuerpos aún desnudos.

Constanza abrió los ojos lentamente, como examinando el sueño perfecto que se había hecho realidad. Pero Francisco no estaba desnudo a su lado. Todo vestido como un caballero respetable, al fin y al cabo era eso lo que era. Ella, no, ese libro.

La divina comedia se estaba riendo de ella, así desnuda enroscada entre las sabanas. Él la sostenía abierta, esa edición especial, la estaba leyendo. No, no estaba leyendo esa edición. Sus ojos abiertos, sin pestañar, rojos por el esfuerzo de su mirada posàndose en cada palabra escrita a mano con tinta negra. Su expreción delataba el nudo en el estómago que intentaba recordar la última vez que había comido para hacerselo devolver en ese
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