5. Entrégamelo

Regina miró a su hijo y no pudo evitar que un nudo se le hiciera en su garganta, las lágrimas se agolparon en su ojos y su pecho se oprimió. Su embarazo había estado lleno de sufrimiento y dolor, además de incertidumbre, por lo que, era tanta su angustia, que había intentado mantener sus sentimientos por el bebé al margen, apenas los necesario para mantenerlo vivo en su vientre, pero ahora, teniéndolo en sus brazos, tan pequeño, indefenso y frágil, sintió algo extraño, que jamás había sentido, pero supo que era amor, un amor que nunca había experimentado y por el que estaba dispuesta a todo. Su pequeño Dash, era lo único que la mantendría con vida y con ganas de continuar… Nada más. 

Ella miró cada parte del cuerpo de su hijo, agradeció que estuviera aparentemente sano y bien, pero lo que fue una alegría, también fue una desdicha. El pequeño era hermoso, con sus ojitos vivaces, aunque prefería mantenerlos cerrados, su cabello oscuro, pero no tanto como el suyo o el de Lucio… Era innegable que su hijo era de Henry, ella lo sabía bien, pero esperaba poder engañar a los demás. 

Dash hizo un ruido que la sacó de sus pensamientos, su carita hizo una mueca y empezó a llorar. 

—Debe tener hambre —comentó Serafina y Regina la miró con miedo, pues no sabía cómo hacer para alimentarlo y temía hacerlo mal —. Permítame ayudarla. 

Regina solo asintió, dejó que Serafina le volviera a quitar al bebé de sus brazos, pero no le quitó la mirada de encima. 

—Si desea, puedo pedirle a una de las sirvientas de la cocina, que hace poco tuvo un bebé, que venga a alimentar al niño —ofreció la otra mujer que había ayudado en el parto. 

Regina lo pensó, no parecía ser tan mala idea que una mujer que supiera alimentara a su pequeño, pero el vacío en su pecho y el temor de que se lo llevaran y no lo volviera a ver nunca más, fue mayor. 

—Yo lo haré… —dijo con voz temblorosa. 

Serafina asintió y le regaló una sonrisa triste, el nacimiento del bebé, lastimosamente, no podía ser una celebración, pues estaba enlutado con la muerte del Conde. Regina se dejó ayudar a quitar la ropa, sus senos quedaron descubiertos y Dash volvió a los brazos de su madre y reptó hasta el pezón. Las dos mujeres lo vieron, ambas carecían de experiencia, pero la otra doncella se acercó y con cuidado agarró la carita del bebé, acomodándolo mejor y que tuviera más agarre. 

—Va a doler —le dijo a Regina y esta no alcanzó a decir nada, cuando su hijo succionó. El dolor fue horrible, extraño e incómodo, pero había soportado cosas que dolían más y no físicamente, sino en su alma. Apretó los dientes y aguantó, mientras veía como la leche empezó a brotar lentamente y su bebé tragaba con ansiedad. 

Lucio dejó el vaso sobre la mesa con un ruido sordo, el poco licor que aún quedaba dentro, se agitó y salió por los bordes. 

—Ha nacido su hijo, señor —avisó una de las doncellas. 

La mujer se notaba agitada, preocupada y temerosa.

—¿Qué es lo que te sucede? —preguntó, poniéndose de pie.

—No es nada, mi señor —musitó la muchacha.

—Habla sin temor, nadie va a castigarte —dijo. Alentando a la joven a hablar. La muchacha retorció su delantal con nerviosismo.

La mujer negó.

—Habla —ordenó con un tono más severo.

—Es un niño muy bonito, señor —dijo.

Lucio bordeó su escritorio y dejó a la mujer hecha un manojo de nervios, en realidad, no le había dicho nada. Así que, para no parecer un mal padre, se dirigió al segundo nivel a su habitación para conocer al hijo de su esposa. 

Las manos de Lucio se apretaron con fuerza, mientras rogaba por el bien de todos, que ese niño llevara su sangre, de lo contrario, Regina estaría en serios problemas con él… Sus pasos fueron lentos, su rostro no era el de un hombre que recién se había convertido en padre. La gente cercana y sus empleados podían entenderlo, acababa de perder a su suegro. 

—Una gran pérdida, sin duda —musitó, deteniéndose frente a la puerta de la habitación, no tuvo oportunidad de abrir, pues una de las mujeres lo hizo por él.

—Mi señor, felicidades —musitó la muchacha, antes de pasar por su lado con las sábanas sucias, las mismas que sirvieron durante el parto.

Lucio no respondió y terminó de entrar a la recámara. Sus ojos se toparon con los ojos de Serafina, la miró tragar y no necesitó nada más.

—Vete —le ordenó.

El cuerpo de Regina tembló al escuchar la voz de su marido, pegó a su pequeño contra el pecho, mientras esperó verlo aparecer delante de ella.

—No puedo marcharme, señor —dijo —. La señora aún me necesita, el médico  ni siquiera ha llegado —refutó con temor.

—Sal de aquí y si el doctor llega, ¡despídelo!       

—Pero, señor… La señora tiene que ser revisada, acaba de dar a luz a su hijo —insistió, ganándose una mirada fría y severa por parte del hombre.

—Vete, Serafina, y haz lo que te he ordenado. Luego, ocúpate de ayudar a las mujeres en la cocina. El cuerpo de mi suegro llegará pronto —dijo, recordándole la tragedia que había sucedido.

Serafina miró al interior de la recámara, pero no tuvo oportunidad de ver a Regina, tampoco pudo notar el miedo que brillaba en sus ojos. 

—No vuelvas a venir a esta habitación, a partir de hoy lo tienes estrictamente prohibido, Serafina —dijo, pasando de ella para llegar a Regina.

La mujer tragó, pero no se atrevió a desafiar las órdenes de Lucio, sería peor para Regina si no lograban verse, aunque fuera solo una vez.

Regina tembló al sentir los pasos de Lucio acercarse, se negó a mirarlo, su cuerpo estaba tenso como la cuerda de una guitarra, sus brazos envolvían a su bebé de manera protectora.

—Mírame —ordenó Lucio, al pararse delante de Regina, sus manos estaban detrás de su espalda, jugando con el anillo de matrimonio.

Regina no se atrevió a levantar la mirada, estaba aterrorizada, por lo que, se limitó a escuchar los pasos de Lucio en la habitación. Iba y venía, como un animal enjaulado.

—Entrégamelo —pidió, acercándose a Regina.

Ella levantó la cabeza de inmediato y negó.

—¿No? Es mi hijo, Regina, ¿cómo puedes negarte a que conozca a mi primogénito? —le cuestionó en tono herido.

Regina se mordió el labio. Era una tonta, con su negativa solo estaba exponiéndose, sin embargo, el parecido de Dash con su verdadero padre era innegable. Dash era hijo de un Duque, por sus pequeñas venas corría la sangre de la Familia Real de Astor, para bien o para mal.

—¿Qué pasa, Muñequita? ¿Por qué no quieres que conozca a mi hijo? —preguntó, su tono fue de preocupación, mas Regina tenía la impresión de que todo era falsedad. Sus ojos lo delataban.

—Está dormido —musitó Regina casi sin voz.

—No importa, tiene que conocer a su padre, además para esto estás, lo alimentas y vuelves a hacer que se duerma —espetó, extendiendo sus brazos para tomar al bebé.

Regina sintió que iba a vomitar, se mordió el interior de su mejilla y con terror depositó al pequeño en los brazos de Lucio.

Un vacío se abrió en la boca de su estómago cuando Lucio tomó al niño y lo alejó de ella, buscando la luz de las velas. Era tarde y rogaba que su edad y la poca iluminación le hicieran ver un parecido entre ellos.

Era una tonta, una mujer ilusa, creyendo que iba a engañarlo por más tiempo. Ahora sin su padre, estaba a merced de Lucio y no quería saber de lo que era capaz de hacerles.

—Es hermoso, Muñequita —dijo, apartando la mirada del bebé para mirarla a ella.

Regina tragó.

—¿Lo es? —preguntó ella, con un nudo en la garganta.

—Es un hijo mío, ¿acaso esperabas que fuera feo?

Regina negó, su mano se apretó sobre las sábanas.

—Quiero cargarlo —pidió ella, pero Lucio negó.

—Déjame tenerlo un poco más, quiero saber si se parece a mí o alguno de mis familiares. Es una pena que no tenga hijos mayores con quienes compararlo —dijo, sonriéndole de una manera escalofriante.

Por la espalda de Regina corrió un escalofrío y un sudor frío.

—Bueno, tampoco es que necesite hijos mayores, ¿verdad, Muñequita? Apenas el doctor diga que podemos reanudar nuestras pasiones, me encargaré de que nuestro pequeño Lucio, tenga un hermanito, porque tiene que ser varón. Las niñas pueden llegar luego —espetó con desprecio.

Regina tragó para poder encontrar su voz.

—No va a llamarse Lucio —dijo con dificultad.

El hombre enarcó una ceja.

—¿Qué?

Regina quería salir de la cama y correr para tomar a su bebé en brazos, pero su cuerpo estaba dolorido, sentía que su intimidad le palpitaba.

—Mi padre ha muerto esta noche, Lucio —lloró.

—Lo sé, he pedido a mis hombres que se hagan cargo de todo, lo llevaremos a su casa —dijo, sin acercarse.

—Entonces, espero que aceptes que… nuestro hijo… —dijo, sintiendo ácidas aquellas palabras—. Me gustaría que nuestro hijo lleve su nombre —susurró.

Lucio se acercó un poco, su rostro había cambiado, ahora parecía el de un hombre herido, pero comprensivo.

—¿Quieres que lleve el nombre del Conde? —preguntó, había sorpresa en su voz. Todo bien disimulado, Regina no tenía ni la menor idea de todo lo que pasaba por la mente de su marido. Ni siquiera podía llegar a imaginarse que Lucio sabía que el niño que sostenía entre sus brazos no era más que un bastardo.

—Sí, te daré lo que quieras a cambio de que aceptes —dijo sin pensar en su propuesta. Solo deseaba que su hijo no se llamase Lucio.

—¿Todo lo que quiera?

Regina asintió.

—Quiero un segundo hijo, Muñequita, por el momento es todo lo que quiero. Deseo que mi hijo lleve mi nombre —dijo.

Regina tragó, solo de pensar en volver a copular con él, los intestinos se le revolvieron, pero Dash lo valía. Además, como su esposa, no podía negarse, estaba condenada a entrar a su cama las veces que él lo requiriera y llevar a sus hijos en el vientre, todos los que él quisiera.

Un sollozo escapó de su garganta, pero asintió. Dash empezó a llorar en los brazos de Lucio y ella estiró sus manos hacia el hombre. 

—Debe tener hambre… No ha comido —mintió, pero esperó que esas palabras convencieran a Lucio de devolverle a su bebé. 

—Hermoso hijo el que me has dado, Muñequita —dijo Lucio, mientras se acercaba sin entregar al pequeño a su madre. 

Regina no contestó, tampoco lo quiso mirar, solo le importaba mirar a su bebé y volverlo a tener en sus brazos. Después se preocuparía por Serafina, algo inventaría para poder seguir en contacto con ella, no tenía nadie más en quien confiar y que la entendiera.

—Acá lo tienes, Muñequita —dijo Lucio con una falsa sonrisa en sus labios y le entregó al bebé. Ella lo presionó contra su pecho, protegiéndolo y dándole calor.

Ella no prestó atención a la partida de Lucio, solo sintió un gran alivio al escuchar la puerta cerrarse, que por un momento tendrían privacidad y paz. 

Lucio salió de la recámara, su sangre parecía quemarle dentro de su torrente, ante la rabia que tenía, pero no pensaba exponerse. Regina pagaría el haberlo convertido en el padre de un bastardo, pero por el momento, que siguiera convencida de que lo había engañado, era lo más conveniente. El sonido de un carruaje lo alertó, apretó los puños y bajó rápidamente al imaginar que sería el médico traidor… Contra ese hombre no tendría ningún reparo en arremeter.   

—¡Dije que no tenía que venir el doctor! —gritó furioso, cuando el hombre todavía no había entrado a la casa. 

—Mi Señor, por favor, deje que el médico revise a la señora… —suplicó Serafina —. Usted no quiere que su esposa se enferme o el niño, los dos deben ser revisados, por favor.

Lucio miró con enojo a la mujer, pero no logró amedrentarla.

—Si la señora no es atendida correctamente, me temo que incluso pueda perder la capacidad de tener hijos, mi señor —susurró, no lo suficiente bajo, para conseguir que Lucio escuchara. De alguna manera tenía que conseguir que el doctor revisara a Regina.

—Está bien, pero que sea rápido y asegúrate de que no hable con mi esposa —dijo, mirando al doctor con ojos asesinos, quien acababa de entrar por el portón.

El hombre tragó.

—Por cierto, doctor —habló, haciendo que el galeno detuviera sus pasos —. Lamento informarle que mi suegro, el Conde Norwood, ha muerto.

El galeno palideció, pero logró mantenerse inmutable y solo hizo un asentimiento. 

—Lamento la muerte de su suegro, señor MacKay —dijo el galeno, lamentándose ante la pérdida del dinero que el Conde le había prometido —. Tengo entendido que su hijo ha nacido, iré a revisar a su esposa y al bebé. 

A Lucio le tocó contener las ganas que tenía de golpear al médico, lastimosamente, era él único en toda la zona y Serafina tenía razón, si a Regina se le complicaba su salud, ella no podría cumplirle con lo prometido y un hijo de su sangre, era lo que más anhelaba, además de tener el control sobre Regina. Dio la vuelta sin decir nada, no sin antes darle una mirada de advertencia a la doncella.  

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo