59. Pendía de un hilo
William deseaba que Gastón corriera mucho más rápido, pero el animal iba al máximo, así como lo hacían los caballos de Frederick y sus guardias. Las horas que estuvieron detenidos en la noche, los alejaron mucho más de Regina. Había guardado la esperanza de encontrarlos por el camino, que también hubiesen detenido su recorrido en la noche, pero no fue así.
El Rey Frederick intercambiaba órdenes con Edward, su hombre de confianza, ya estaban próximos a llegar al castillo del Condado Norwood. Debían estar atentos ante cualquier suceso.
Poco a poco la residencia se reveló ante sus ojos, algunos sirvientes corrieron a resguardarse y el grupo de bandidos aliados a Lucio, que celebraban la gran hazaña de haber conseguido llevar de vuelta a la mujer de McKay, corrieron por sus espadas y cuchillos.
—¡No quiero que ninguno escape! —ordenó Frederick. Edward asintió y con algunas señas se desplegaron sus hombres.
Los filos metálicos de las espadas resonaron, pero se perdieron en el espacio abier