Berlín, Alemania
Viktor
La habitación está en silencio, salvo por el sonido tenue del viento que golpea contra los ventanales. Desde el sillón, no dejo de mirarla. La cama parece más grande con ella ahí. Más vacía, también extraña.
Emilia duerme. O al menos eso creo.
Está de espaldas, pero sé que lloró. Sus hombros temblaron un poco. El sonido fue casi imperceptible, pero lo reconocí. Ese tipo de llanto silencioso que uno guarda para sí mismo cuando no queda nadie en quien confiar. Y sí, lo escuché.
Y no hice nada porque ese era el punto.
Las palabras que le solté antes… no fueron por impulso. Las dije a propósito. Frías, cortantes y dolorosas.
La llamé traidora. Y aunque esa palabra la agrietó… también me sostuvo.
Necesito recordar por qué no debo tocarla. Por qué no debo desearla. Por qué no debo dejar que me consuma.
Pero entonces la veo respirar profundo. Su cuerpo más relajado. Su cara sin las arrugas de tensión que la acompañaron toda la semana. Y esa imagen es una maldita tram