Berlín, Alemania
Viktor
Estoy estacionado a casi una cuadra del edificio. Apago el motor y las luces delanteras, por costumbre. O por paranoia. A estas alturas ya no distingo.
El apartamento de Emilia está frente a mí, a unos metros. Es el tercer piso y tiene un balcón amplio y ventanas con cortinas beige. Todo demasiado ordenado. Demasiado limpio y artificial.
Jodidamente normal.
Cruzo los brazos sobre el volante, sin bajarme del auto. No tengo que estar aquí.
No debería estar aquí. Pero claro, aquí estoy. El soldado que la sigue —un idiota competente, por suerte— me dio la dirección hace poco más de media hora.
«Se instaló hoy —dijo—. Reinhard mandó a uno de sus perros a dejarle algunas cosas. No parece prisionera.
¿No parece? Eso no es suficiente para mí. Nada parece lo que realmente es cuando se trata de Reinhard Schäfer. Ese cabrón podría organizar una fiesta o gala y usarla como fachada para un tráfico de armas. Y nadie se daría cuenta hasta que alguien sacara un AK-47.
Observ