Berlín, Alemania
Emilia
El calor es tan sofocante que me siento como si estuviera atrapada en una hoguera, envuelta en llamas invisibles que lamen mi piel y se filtran en mis huesos. Es una sensación extraña, casi surrealista, porque lo último que recuerdo es el frío. Un frío que se aferró a mí como una garra de hielo, que entumeció mis sentidos hasta hacerme sentir como si estuviera muriendo.
Y quizás estaba muriendo. Por culpa de Konstantin. El nombre atraviesa mi mente como un rayo y una oleada de recuerdos me golpea con fuerza.
El agua helada. Las carcajadas crueles. El suelo de piedra mojado y mis huesos tiritando, incapaces de generar calor por sí mismos. Me cuesta creer que haya salido de ese lugar. Que haya sobrevivido.
El solo hecho de poder abrir los ojos y ver algo distinto a la celda oscura me parece un milagro.
Parpadeo varias veces, ajustándome a la luz tenue del cuarto. Me duele la cabeza, mis extremidades están pesadas y torpes, y cada músculo de mi cuerpo se siente co